A pesar de no aparecer la palabra "purgatorio" en la Sagrada Escritura, la realidad de lo que significa este término está bien expresada en la Biblia, por ejemplo, en 2 Macabeos 12, 41-40. Más aún, es un dogma de fe, es decir, de obligatoria creencia por parte de todo católico. Además, es un regalo de la misericordia grandísima de Dios, y una señal de esperanza, ya que las almas que llegan al Purgatorio ya están salvadas: la única opción posterior que tienen es el Cielo; permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente antes de entrar a la visión y el disfrute total de Dios en el Cielo. (cfr. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica #1030-1032).
Sin embargo, la purificación en el Purgatorio es "dolorosa".
Así, las oportunidades de purificación que nos presenta Dios Nuestro Señor a través de circunstancias dolorosas o adversas en nuestra vida deben verse, no como castigo, sino como lo que son: oportunidades de purificación, para disminuir u obviar el Purgatorio.
Porque ¡es posible llegar al Cielo directamente! Y, además, es deseable obviar el Purgatorio, ya que no es un estado agradable, sino más bien de sufrimiento y dolor, que puede ser corto, pero que puede ser también muy largo.
¿Cómo evitar el Infierno? ¿Cómo evitar, también, el Purgatorio? La receta es clara: buscar la Voluntad de Dios y no la propia, rechazar el pecado, confesar los pecados cometidos en el Sacramento de la Reconciliación, aprovechar las gracias de la Santa Misa y la Eucaristía y, aprovechar las oportunidades de conseguir "indulgencia plenaria", la cual nos borra el tiempo de purificación que tendríamos que pasar en el Purgatorio. Además, es muy importante saber utilizar las posibilidades de purificación que nos presenta el Señor a lo largo de nuestra vida. Los sufrimientos no deben verse como se suelen ver: negativamente; los sufrimientos son gracias de purificación, es decir, oportunidades de purificarnos aquí en la tierra. El sufrimiento, entonces, tiene valor redentor y efecto de purificación. Por eso nos dice San Pedro, el primer Papa: "Dios nos concedió una herencia que nos está reservada en los Cielos ... Por esto alégrense, aunque por un tiempo quizá sea necesario sufrir varias pruebas. Vuestra fe saldrá de ahí probada, como el oro que pasa por el fuego ... hasta el día de la Revelación de Cristo Jesús, en que alcanzaréis la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas" (1ª Pedro 1, 3-9).
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