Entevista a Monseñor Malcom Ranjith,
Secretario de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
(Revista "Radici Cristiane", octubre de 2008)
Interrogado por el Osservatore Romano, el maestro de ceremonias pontificio Mons. Guido Marini ha declarado que cree que esta praxis se volverá habitual en las celebraciones pontificias, recordando que “la distribución de la Comunión en la mano sigue siendo siempre, desde el punto de vista jurídico, un indulto a la ley universal... La modalidad adoptada por Benedicto XVI tiende a subrayar la vigencia de la norma válida para toda la Iglesia”.
- Excelencia, el Papa ha distribuido recientemente la Comunión en la boca a los fieles puestos de rodillas.¿Cree que los obispos y los sacerdotes deberían hacer una particular reflexión sobre lo que está haciendo el Papa en sus celebraciones?
Cuando el Santo Padre, como sucesor de Pedro, habla ex cathedra, su enseñanza es obligatoria para todos. Pero hay otras materias que no pertenecen al magisterio ex cathedra sino al magisterio ordinario. También cuando habla en este sentido todos deben prestar la máxima consideración; su enseñanza debe ser honrada y seguida. Cuando el Papa hace algunos gestos, esto es importante y simbólico para la Iglesia, se vuelve un modelo. El precedente maestro de ceremonias pontificio siempre decía que la liturgia celebrada por el Santo Padre debería servir de modelo a toda la Iglesia.
Ahora bien, el Santo Padre justamente ha introducido una praxis que no es un experimento, sino algo sobre lo cual seguramente ha reflexionado, rezado y consultado. Se trata de algo que ya se podía encontrar en sus escritos de cardenal cuando insistía en la reverencia debida al Santísimo. Por lo tanto él ha hecho un gesto que por otro lado es el que la Iglesia ha seguido anteriormente por siglos. Y es el gesto más acorde con la actitud de verdadera reverencia hacia el Señor, porque no estamos recibiendo un pedazo de pan sino a Cristo, su Persona, su Cuerpo, su Sangre. Ante este fenómeno del Eterno que entra en lo frágil, en lo débil, en lo humano, debe haber una actitud de gran fe, devoción y reverencia. Lo que sucede cuando recibimos la Eucaristía es algo incomprensible a la mente humana. El Señor entra en nuestros corazones como en su morada y nosotros lo debemos recibir como corresponde.
El gesto introducido por el Santo Padre debe ser valorado y meditado en su significado profundo. Sería una ceguera muy grande cerrar los ojos a lo que el Santo Padre está haciendo. Así como sería necio negarse a leer el sentido de este gesto. Por otra parte, repito, él ya había explicado en sus escritos por qué es importante y cómo toda la Sagrada Escritura habla de reverencia hacia el Señor, tanto en el Antiguo Testamento, en el ámbito del templo sagrado de Jerusalén, como en el Nuevo Testamento ante la persona de Jesús. Cuando los ojos de la fe se abren, los apóstoles, y también los demás, caen inmediatamente de rodillas ante Él. Además hay una larga tradición en este sentido en la Iglesia, desde los Padres de la Iglesia en adelante.
Lo mismo puede decirse de cuanto respecta la Comunión en la boca. Por lo tanto estamos en un momento en que debemos ejercitar nuestro discernimiento para rezar y para reflexionar y, si algo no anduvo bien, para aceptar con mucha humildad que nos hemos equivocado. Mi sincero deseo es que toda la Iglesia, como dice Mons. Guido Marini, lea este gesto y lo adopte para sí misma.
- En una época se enfatizaba mucho en la relación del fiel con Dios en la Comunión. Hoy frecuentemente se pone más en relieve una especie de “dimensión social” de la Eucaristía, entendida como un símbolo de participación comunitaria. Tal concepción ¿no podría poner en peligro la fe en la presencia real en las especies eucarísticas?
Al leer la exhortación apostólica postsinodal del Santo Padre Sacramentum Caritatis, vemos que se dividen los capítulos en tres: la Eucaristía que se cree, la Eucaristía que se celebra y la Eucaristía que se vive. No se puede decir que la Eucaristía tenga sólo una dimensión social. La dimensión social es naturalmente la consecuencia de la dimensión de la fe y de la celebración. Todos estamos llamados a vivir nuestra fe cristiana con heroísmo. Pero no se puede hacer sacrificios heroicos si no se cree y no se celebra esta fe. Por eso no tiene sentido separar una cosa de la otra.
Naturalmente, la celebración es como un puente entre el aspecto de fe y el aspecto de vida. Cuanto más intensa sea la celebración, más coherente será la vida cristiana. No hay sólo lex orandi, lex credendi, sino también una lex vivendi. Es decir, hago el bien por los otros porque es la llamada de Cristo a celebrarlo y a vivirlo. Si se descuida la fe y su celebración, se llega a una dimensión social privada de contenido, sin razón de ser, sin poder de convicción, que se vuelve formalismo y banalidad. No se tendrá el valor de ser un cristiano coherente si se reduce la Eucaristía a mera experiencia horizontal, sin la dimensión vertical.
- La Comunión en la mano no estaba prevista ni por el Concilio ni por la Reforma litúrgica. Los historiadores dicen que el Papa Pablo VI tuvo muchas reticencias para admitirla y lo hizo sólo después de apremiantes pedidos, es más, en algunos países después del hecho consumado. ¿Por qué cree que existieron en ese entonces estas reticencias a aprobar una praxis que hoy es vista como una “conquista”, un síntoma de la madurez de los fieles?
Sobre la cuestión de cómo nació esta praxis de la Comunión en la mano hay un gran debate. De todos modos algunas cosas son claras. A saber, esta praxis fue iniciada en el sentido de exaltación y de euforia que se crearon a raíz de la conquista de una cierta libertad, de una cierta apertura a la creatividad en las iglesias locales. Y entonces, antes de que estas cuestiones fueran estudiadas, antes de que fueran introducidos los nuevos libros litúrgicos y fueran establecidas las nuevas normas, algunos países y algunos episcopados se tomaron la libertad, usando la famosa categoría ad experimentum, de introducir en algunos países esta nueva praxis de la Comunión en la mano. Quizás era visto como un gesto favorable al ecumenismo con los protestantes, un gesto de apertura hacia ellos.
La nueva praxis una vez iniciada se consolidó. Queriendo regularizar la situación, el Santo Padre Pablo VI, de feliz memoria, hizo una encuesta a los obispos. Y muchos obispos, como está escrito en el documento pontificio Memoriale Domini, no aceptaron esta nueva praxis. Pero ésta ya estaba difundida en ciertas zonas y seguramente el Papa encontró dificultad para hacerlos volver sobre sus pasos. Para legalizar esta anomalía, permitió a algunos países continuarla. Pero no indicaba de ningún modo este ejemplo como válido para todo el mundo. Además el Papa determinó que, si bajo ciertas condiciones, las conferencias episcopales querían adoptar la nueva praxis, era necesario pedir el indulto a la Santa Sede.
Entonces las conferencias episcopales de otros países comenzaron a adoptarla, bajo la presión de diversas escuelas teológicas y litúrgicas que decían que la nueva praxis era un gesto más abierto, más moderno. Luego los viajeros que iban a los países del Tercer Mundo pedían recibir la Comunión de este modo. De todos modos, permanecía la obligación de pedir el indulto a la Santa Sede. El hecho mismo de tener que pedir el indulto indica que la praxis normal es la otra. Ahora la praxis extraordinaria se ha vuelto la praxis normal. Pero no debería ser así en todos los países.
- Menos que menos en países con una elevada apertura a lo sagrado...
Lamento que algunos países de tradición religiosa muy antigua, por ejemplo en Asia, hayan introducido este nuevo gesto, sin siquiera considerar la propia cultura. Hablo de lugares donde existen religiones de importancia mundial y en las cuales el sentido de respeto hacia lo sagrado es muy alto. Cuando se entra en el templo es necesario quitarse el calzado. En el templo hindú incluso la camisa, en respeto a su divinidad. También en el templo budista se entra sin calzado y uno se envuelve en una túnica larga, siempre en señal de respeto. También en estos países, lamentablemente, los obispos han introducido la Comunión en la mano, un gesto que no refleja para nada su cultura. Yo lo veo como un tipo de imperialismo intelectual de ciertas escuelas occidentales. Esto me hiere, porque es la imposición de una cultura extraña sobre gente que tiene un alto sentido de respeto en lo que respecta al misterio y a lo sagrado.
La medida tomada por estos obispos me da pena, porque no han entendido la cultura local y la inculturación. Se ve que han sido influenciados por escuelas teológico–litúrgicas que no han hecho una seria investigación.
- A veces sin que se niegue explícitamente la presencia real de Jesucristo en las especies eucarísticas, se ve una tendencia a creer superadas ciertas formas clásicas de reverencia al Santísimo como, por ejemplo, ponerse de rodillas en ciertas circunstancias. Es cierto que algunas convenciones humanas pueden cambiar en las diversas épocas. Pero para Usted ¿existen actitudes que no son sólo convenciones ligadas a una época, sino que valen para toda la historia de la Iglesia?
La situación de la fe en la presencia real de la Eucaristía es bastante preocupante. No quiero decir que todos hayan perdido la fe. Sin embargo nosotros, de la Congregación para el Culto Divino, hemos hecho recientemente un sondeo sobre la Adoración Eucarística, que será el tema de nuestra próxima reunión plenaria. De los informes de diversas conferencias episcopales, por lo que respecta los aspectos negativos, surge la constatación de que en el clero influenciado por ciertas tendencias teológicas, no existe más una clara fe en la presencia real de Cristo. En algunos seminarios se enseña que Cristo está presente sólo en el momento de la Consagración y de la Comunión, después no. Se trata de una posición más bien protestante que, después, abre camino para abusos e incluso sacrilegios de las especies eucarísticas. Una situación lamentable.
Es necesario aquel sentido de reverencia fruto de la conciencia que tenemos en relación con el Cuerpo del Señor, Jesús viviente en su forma eucarística, que nosotros comemos, que nosotros adoramos. Por lo tanto se necesitará ver urgentemente cómo dar una formación teológica y sacramental que asegure a los jóvenes seminaristas, a los sacerdotes y también a los religiosos y religiosas, un refuerzo de este sentido de la real y continua presencia de Cristo en las especies eucarísticas. Si no, las consecuencias sólo podrán ser dramáticas para la Iglesia y causa de innumerables problemas.
Hay una situación paradojal entre lo que Usted dice y ciertos hechos recientes. En Australia los jóvenes parecieron muy respetuosos en las adoraciones eucarísticas y aquéllos que pudieron recibir la Comunión de las manos del Papa parecían plenos de gozo en el poderla recibir de rodillas y en la boca.
En el Concilio Vaticano II nos hemos preguntado con frecuencia cómo estar atentos para leer los signos de los tiempos. Por lo demás, una bellísima expresión. Pero entramos en contradicción con nosotros mismos cuando cerramos nuestros ojos y nuestros oídos a lo que ocurre en torno a nosotros. Existe hoy una gran demanda de espiritualidad, de coherencia, de sinceridad, de una fe no sólo proclamada sino también vivida. Esto lo vemos sobre todo en las jóvenes generaciones. Me gusta a veces encontrar jóvenes sacerdotes y seminaristas que quieren ir en una dirección de búsqueda del Eterno. Nosotros, que somos de la generación del Concilio Vaticano II, que ha proclamado siempre el deber de estar siempre atentos a los signos de los tiempos, no debemos justo ahora volvernos ciegos y sordos. Los signos de los tiempos cambian con la historia. Si estamos atentos no sólo a los signos de los tiempos del sesenta y ocho sino también a los de hoy, entonces tendremos que abrirnos a este fenómeno, reflexionarlo, examinarlo.
Es extraño que en algunos países de Europa, las religiosas vistan como mujeres comunes y abandonen el velo. El velo es un símbolo de algo eterno, algo de “un ya y todavía no”. De aquel sentido escatológico predicado por el Señor mismo: aunque ahora estemos en la tierra pertenecemos a una realidad distinta.
Luego ¿qué sentido tiene abandonar todo esto para integrarnos en una cultura moribunda? He visto tantos jóvenes sacerdotes y religiosas que son fieles a sus signos de consagración. No es que el hábito sea todo, pero también él tiene un sentido. Me acuerdo de un día que viajaba en el TGV desde París a Lyon, vestido de sacerdote, con el cuello, etc. En un determinado momento un señor se me acerca y me pregunta si soy un sacerdote católico. Respondí que sí y él me pidió que lo confesara. Entonces fuimos a un rincón donde podíamos estar sin ser molestados. Él me dijo que era católico pero no practicante regular y que estaba buscando alguno con quien hablar. Decía estar contento de haberme encontrado, porque veía que soy un sacerdote. Pero ¿habría tenido él esta ocasión si yo hubiese estado vestido de chaqueta y corbata?
Repito, es extraño y triste que en un mundo con tantos jóvenes desilusionados de las trivialidades, hartos de la superficialidad, del materialismo consumista, muchos sacerdotes y religiosas vayan vestidos de civil, abandonando su signo de pertenencia a una realidad diversa. Leer los signos de los tiempos significa discernir que ahora los jóvenes buscan al Eterno, buscan un objetivo por el cual sacrificarse, que están listos y son generosos. Y donde hay estas disposiciones debemos estar presentes.
Si no, hablamos en el nombre del Concilio, criticamos a todos los demás en el nombre del Concilio, pero somos incoherentes cuando no logramos leer estos signos de los tiempos.
* Traducción al español provista por Asociación Una Voce Sevilla.
1 comentario:
pido correjir la abrviacion de la hermandad san pedro dice, x deberia decir sin x.no confunfir con los cismatico lefebvrianos.
javier a.
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